Pertenecía a aquel lugar.
Era como si sus pies hubieran sacado raíces allí en lo profundo de la tierra y hubiera conectado con el resto de los árboles que se erguían a su alrededor.
Se sentía una con el entorno salvaje que la abrazaba.
Los árboles le cantaban y bailaban al son del viento. Los escuchaba, los entendía. Le contaban historias antiguas de sus antepasados.
El viento le arremolinaba el pelo y sentía que la hacia flotar. Le acariciaba la piel y le hacía estremecerse.
Los rayos cálidos y dorados del atardecer, se colaban entre los árboles, envolviendo la atmósfera con un aire mágico. Los conocía de siempre. Eran una caricia delicada en su rostro y en su cuerpo.
El olor dulce a tierra húmeda la hizo flotar. Sintió que todo su ser pertenecía a aquel lugar. Eran una con la naturaleza. Sentía su ser iluminarse. Sentía el amor infinito y eterno del cual somos parte.
-Lola Monti-
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